El viernes 21 de agosto llegó al Zoológico de Quito una tortuga marina olivácea o también conocida como golfina o “lora”, por la forma de pico que tiene su mandíbula. La entregó un joven, cuyo hermano habría recibido al animal como un regalo de parte de un amigo suyo que regresó de la playa de Tonsupa (Esmeraldas), donde fue testigo de un desove numeroso de este tipo de tortugas y extrajo a una de ellas. Al darse cuenta de la irresponsabilidad cometida y de la dificultad de mantener a una tortuga marina fuera de su hábitat, decidió acudir al Zoo.
Para atender este caso, Alejandra Recalde, veterinaria del Zoológico, explicó que recurrió a la asistencia de expertos en fauna marina, para preparar un depósito adecuado donde pueda alojarse temporalmente a la tortuga, “porque al ser marina, necesita ciertos parámetros específicos para que pueda sobrevivir fuera de su hábitat”. Fue así que la tortuga se mantuvo sumergida en un agua especial, suplementada con calcio y con características de PH y alcalinidad como las de un acuario marino. Además, suministraron oxígeno atmosférico para que el animal, de pocos días de nacido, no sufriera efectos por los 2850 metros sobre el nivel del mar en los que se encuentra Quito.
En este recipiente llegó la segunda tortuga al Zoo
Bajo esas condiciones que permitieron mantener estable a la tortuga, las veterinarias del Zoo monitorearon constantemente la saturación de oxígeno en la sangre de la tortuga, controlaron el peso y otros indicadores de salud del animal. La temperatura del agua se mantuvo en 28°C mediante un calefactor termostato de 75W, mientras la calidad del agua estuvo garantizada con una limpieza regular que consistió en un recambio parcial que se efectuaba cada dos días. Además, la alimentación que le suministraron incluyó artemias, un diminuto crustáceo salino, camarón, calamar, corvina y alga nori, así como complejo B, un suplemento nutricional.
Alejandra Recalde comentó que este caso exigió “un cuidado de todo el tiempo, porque es difícil mantener a un animal marino en condiciones artificiales”. Y pocos días después de haber asumido esta emergencia, en vísperas de que la tortuga sea trasladada a otra institución para continuar con su rehabilitación, Aeljandra recibió, por parte de funcionarios de la Policía Ambiental, una nueva tortuga olivácea, también recién nacida.
Fue el jueves 27 de agosto, y el acta de recepción puntualiza que el animal llegó “con un estado de consciencia alterado, sus ojos hundidos, así como marcas blancas en plastrón y pico; posiblemente son lesiones por contacto asociadas a un mal manejo”. Además, fue trasladado en un bote con agua, por lo que estuvo esforzándose por mantenerse a flote.
Antes de llegar al Zoológico, esta segunda tortuga estuvo en el Hospital Tueri de Fauna Silvestre de la Universidad San Francisco de Quito, donde le brindaron atención de emergencia. Según el registro clínico de esa institución, con fecha del 25 de Agosto, el animal mostró “flexibilidad adecuada y simétrica, buena condición corporal”, entre otros factores con la que la consideraron “clínicamente sana”. Igualmente, en la ficha consta que el origen de la paciente también fue Tonsupa, y que se mantuvo 5 días en agua dulce, antes de llegar a Tueri.
Un traslado urgente y de rigurosos cuidados
Debido a la necesidad de que las pacientes continúen con su rehabilitación en una localidad costera, el viernes 28 de agosto, ambas tortugas fueron trasladadas hasta el Centro de Rehabilitación de Fauna Marina, ubicado en la parroquia Salango del cantón Puerto López, en la provincia de Manabí. Érika Ortega, veterinaria del Zoo, y Gabriela Arévalo, Directora de Educación para la Conservación de esta institución, fueron las encargadas de llevarlas.
Un día antes del viaje, la primera tortuga que llegó fue sometida a un examen físico que confirmó que se encontraba estable. Entre varios aspectos, el diagnóstico detalló que el animal presentó un estado de consciencia alerta y responsivo, nado y reflejos espinales normales, posición correcta del globo ocular, ninguna alteración en piel, caparazón y plastrón, campos pulmonares y sacos aéreos limpios.
En el caso de la segunda tortuga, Alejandra Recalde precisó que le colocó “en un contenedor diferente de la otra, con menos cantidad de agua para evitar que se ahogue por la fatiga con la que llegó”. También fue aclimatada gradualmente a la temperatura del agua del acuario implementado en el Zoo e igualmente recibió oxígeno atmosférico. La veterinaria también le suministró fluidos por vía intraósea, dextrosa y una dosis de bicarbonato, debido a un posible cuadro de acidosis por lo que fue transportada en agua. “Una vez hidratada, le asistí la alimentación a través de una sonda rígida, y de suplementos le coloqué una dosis de complejo B. Pasó alrededor de 3 horas decaída, fatigada. En la noche estuvo más estable y en la mañana estuvo mucho más activa antes del viaje”.
Con el fin de que las tortugas sean trasladadas en óptimas condiciones, ambas viajaron en contenedores resistentes, con un paño húmedo en el fondo y con agujeros suficientes para una ventilación adecuada durante un trayecto de aproximadamente 8 horas. Además, la temperatura en el transporte debía estar controlada, para que oscile en un rango entre 21°C y 27°C.
A temperaturas inferiores a 23,9 °C se debe evitar que las tortugas juveniles (de menos de 30 centímetros de longitud recta del caparazón) se sequen durante el viaje, aplicando agua temperada con aspersor sobre el caparazón y todos los tejidos blandos, a excepción de los ojos y cualquier herida abierta. A temperaturas mayores a 24°C, mientras tanto, se requiere aplicar una capa fina de lubricante a base de agua y cubrir a la tortuga con una gasa húmeda sobre el caparazón. También fue necesario utilizar lubricante oftálmico para proteger los ojos de las tortugas, y a una capa fina de lubricante a base de agua y cubrirlas con una gasa húmeda sobre el caparazón.
Cumplida cada una de esas indicaciones y otras establecidas en un protocolo para el transporte, las tortugas llegaron en buen estado hasta Manabí. Allí, Rubén Alemán, médico veterinario y técnico de manejo de biodiversidad en el Parque Nacional Machalilla, fue quien las recibió en el Centro de Rehabilitación de Fauna Marina del mismo parque, y del cual él es el encargado.
Luego de hacerles una revisión básica inicial, Rubén aseguró que las pacientes llegaron en buen estado porque “las tortugas son reptiles fuertes”. Aunque manifestó que el cambio de presión atmosférica entre Quito y Puerto López podían generar algún efecto adverso en ambos individuos, comentó que la atención médica que recibieron fue clave para que llegaran en buenas condiciones.
Alemán dijo que a estas crías “les queda un largo camino para quedarse en el centro, pero bajo buenas condiciones van a ser reintroducidas”. Él estima que permanecerán al menos un año bajo su cuidado, para después evaluar su posible liberación en el océano.
Pie de foto: Esta es una tortuga golfina adulta que se encuentra en el centro de rehabilitación, y su tamaño, que supera los 70 cm de largo, es una referencia del que pueden alcanzar las tortugas entregadas por el Zoológico.
Rubén se encargará de alimentarles y brindarles una supervisión médica permanente para que ese objetivo sea posible, ya que “toda tortuga que llega a este centro es para ser reintroducida”, a menos que las condiciones de salud del individuo no lo permitan.
Rubén Alemán fue el gestor del Centro de Rehabilitación de Fauna Marina del Parque Nacional Machalilla, que ya funciona desde hace 10 años y es el único que existe en Ecuador. Gracias al apoyo del gobierno alemán, cuenta con infraestructura para atender a tortugas que llegan desde diversas provincias del país. Actualmente, 37 tortugas permanecen en este centro, algunas cerca de ser liberadas y otras aún en proceso de recuperación.
De acuerdo con su experiencia, Rubén aseguró que el 98% de causas de varamiento y mortalidad de tortugas tienen origen humano. Por ejemplo, debido a la presencia de basura en el mar, incontables tortugas se enredan con plásticos, cuerdas, redes de pesca y otros elementos con los que pierden extremidades o se ahogan, y en varios casos, inclusive, se comen esos desechos porque no los distinguen del verdadero alimento y así también fallecen.
Este especialista en fauna marina lamentó, además, que en Ecuador existen casos recurrentes de golpes y cortes directos que sufren las tortugas. “Muchas veces caen en redes o en anzuelos, las levantan, les golpean el cráneo y el caparazón, les cortan y luego las botan para que se mueran”, describió. Existen también casos de embarcaciones que impactan contra tortugas que toman sol en la superficie, o cuando las redes de pesca impiden que salgan a tomar aire y se asfixian.
En cuanto a crías como las que llegaron hasta el Zoo, Rubén explicó que estas muchas veces son destrozadas por carros que transitan por las playas, atacadas por perros, vulneradas por la pérdida de hábitat debido a construcciones en la costa, o extraídas como ocurrió con las pequeñas que llevamos hasta Machalilla. En definitiva, la tortuga marina es una especie más que vive amenazada por malas prácticas humanas, lo cual enciende las alarmas para que autoridades y sociedad civil apliquen medidas más efectivas que contrarresten los riesgos que enfrentan estos animales, mientras los ciudadanos tengamos más conciencia de protección de todo entorno natural que nos rodea.
Estaremos pendientes de la evolución en la recuperación de las tortugas y toda novedad la compartiremos con nuestros seguidores.